Das narrenschiff – autorretrato (2016-2017)

(óleo sobre lienzo, 215 x 200 cm)

I. Concepto Temático:

Esta imagen esperó 4 años para ser desplegada y representada. Yo debía terminar antes los dos cuadros previos. Ya había descubierto la obra de Carl G. Jung y espulgado con fascinación y avidez una decena de sus libros. Era una necesidad imperiosa invocar y ordenar su (mi) cosmología-cartografía de la (mi) mente-universo. Como en los cuadros previos, esta fue la oportunidad para que “se incluyeran” elementos de cuadros de otros artistas que me atraían, en este caso de “La Barca de los Locos” de Hieronymus Bosch. En los tres cuadros previos de la serie El Retorno de Ícaro, el proceso había sido absolutamente inconsciente –mi mente consciente no intervino con ningún concepto intelectual pre-establecido; en este cuadro hubo un componente racional que co-participó activamente del proceso. Para mi canon no era un cuadro «puro». Pero sería el más ambicioso que hubiese realizado.

La imagen inicial también estuvo conformada por componentes generales relacionados entre sí por una dinámica.

1- Un grupo de navegantes, cada uno con un rol distinto pero complementario para el conjunto -que constituye en sí la propia barca, cuyo intento de comando corresponde sólo a uno de ellos. Sin embargo, cada uno de los personajes pareciera creer que es sí mismo quien tiene el control de la nave. De hecho, por épocas se han impuesto y hasta ha sido necesario que ocurriese así. Pero todo exceso que persiste por la fuerza, termina quebrando el equilibrio. Como sucedió con mi vida. Por eso estuve aquí pintando esto. Cada personaje representando arquetipos jungianos y su rol en el desarrollo de mi personalidad. Los arquetipos son modelos conceptuales “colectivos”, no personalizados, que sirven como patrón para que en cada individuo particular se formen los necesarios “complejos afectivos autónomos” propios, que partiendo tanto de predisposiciones genéticas particulares, como de hechos y procesos personales dependientes de la familia, la cultura, el medio ambiente geográfico y sociopolítico, forman estos “componentes” de la personalidad, a cargo de determinadas funciones, maneras de ser, pensar, sentir, y que tienen sus propios recuerdos. Así durante la niñez hay modelos de los padres, la pareja divina (Ánimus y Ánima) que nos cuida y cuya autoridad reconocemos. Ya durante nuestra juventud esta pareja nos sirve como modelo para nuestro propio desarrollo: el personaje de nuestro mismo género es más evidente al inicio, y este arquetipo junto con la “Persona” (según Jung este no es un arquetipo sino un modelo cultural de los roles que nuestra sociedad espera de nosotros) nos guían durante la vida adulta para cumplir las funciones propias de esa etapa: profesional-trabajador-proveedor, cónyuge, padre-madre de familia. Pero hay un imprescindible arquetipo de la contraparte instintiva “negativa” que suele ser rechazada moralmente por la conciencia del propio individuo y por su cultura. Jung lo llamó La Sombra. Ya cumplidas las funciones de la juventud, durante su adultez el individuo aprende a identificar y aceptar su propia Sombra; también aprende a identificar y desarrollar en sí mismo funciones que corresponden a su contraparte de la pareja divina (que hasta entonces habían permanecido exclusivas del género opuesto). Con todo esto el individuo aprende que su personalidad es más de lo que él creía. Que no es sólo el yo juvenil que creía que controlaba todo. Aprende a dejar de identificarse con este yo. Así surge un modelo llamado el arquetipo del Sí Mismo que abarca todos los aspectos de la personalidad y que incluso considera a las otras personas del mundo externo como parte importante de su propia identidad y vida. Según Jung este arquetipo es el que integra y guía el desarrollo de la personalidad en cada individuo, y aquel que las diversas culturas han identificado con sus propios líderes espirituales o divinidades. En este cuadro la “Persona” está representada por un rostro gigante y hierático -un mascarón ya reseco y resquebrajado como proa de la nave, como carta de presentación a la sociedad. Al frente, un arquetipo de Ánimus en su aspecto de héroe sirviendo como modelo para un agresivo complejo afectivo autónomo de cirujano –un arcángel expulsador del paraíso, con su lengua espada de fuego bisturí de implacable voluntad y ceñimiento al deber. Su principal víctima fui yo mismo; luego las personas de mi entorno más cercano. La principal entre ellas, Mariana mi compañera de toda la vida, representando con su armonía interior, ternura, y sensualidad, al arquetipo Ánima; no es un complejo afectivo que yo haya desarrollado mucho –tal vez por eso está representado por ella misma. Atrás de ellos, el arquetipo de La Sombra diversificado en tres componentes: el aspecto instintivo concupiscente de piel y conjuntivas vasodilatadas, con pupilas de macho cabrío; el aspecto Satánico omni-cuestionador y oscuro como sus intenciones, con pupilas de ofidio; el aspecto maleficarum, maledicente y subrepticia amante medieval del demonio. Y desde la popa, intentando dirigir con riendas virtuales esta aprensiva barca a la deriva, el arquetipo del Sí Mismo personalizado con mi complejo de Carl Jung, investido con prendas de rey mago del Oriente.

2- Posiblemente mi auto-retrato en cuclillas represente el sustrato original con cuyas potencialidades se desarrollaron todos los componentes de la personalidad final –o posiblemente represente una existencia individual independiente de las circunstancias de esta vida, como plantean diversas tradiciones. Mientras sucede toda la vorágine contenida en el cuadro-universo, este niño se encuentra sobre una fuente circular de luz, que podría tratarse de una representación del arquetipo del Sí Mismo o de una Conciencia universal creadora. Acompañado por un «animal guía» chamánico -la gata que me acompañó en el taller durante los cuadros previos. Y otra posible representación del Sí Mismo: un caracol, símbolo de mi infancia.

3- La única imagen del fondo que vino en la visión original, fue aquella de los “Pillars of Creation” de la nebulosa Eagle o M16 tomada por el Hubble. Según Jung, los arquetipos “colectivos” se manifiestan como patrones instintivos genéricos en todas las personas, seguramente debido a mediación genética. Pero a la vez le parecía que tienen cierta autonomía, conciencia individual, que son universales, colectivos, y por lo tanto no pueden ubicarse ni ser parte del cuerpo ni de la mente de la persona (universo subjetivo) sino que pertenecerían al universo objetivo, material. De ahí su capacidad para manifestarse e interactuar con una persona (mediante lenguaje simbólico) no sólo en su mente, sino también en su medio ambiente externo, en el mundo material. Con esta concepción, Jung y su amigo el físico nuclear Wolfang Pauli encontraron algún tipo de explicación al fenómeno que llamaron Sincronismo, mediante el cual cuando en una persona se encuentra “activada” la presencia de un arquetipo, pareciera que éste se comunica con la persona a través de hechos, fenómenos, cuyo contenido simbólico es tan coincidente (tanto que podría interpretarse como el mensaje de algún tipo de entidad cósmica consciente) que sería altamente improbable que ocurriese por casualidad. No es inusual que en estas circunstancias ocurran fenómenos paranormales. Por eso la presencia en el cuadro de los Pillars, algo tan grande, lejano, pero a la vez antropoide, como para vincularlo con nuestra mente subjetiva: tanto en los Pillars como en mis propios “complejos afectivos autónomos” están inmanentes las mismas entidades arquetípicas, representadas pictóricamente por texturas rugosas de estructura espiralada a manera de ejes medulares en el interior de cada uno de los componentes, resaltando así –vinculando, la mente con el cosmos, lo subjetivo con lo objetivo, el alma con la materia. En la trama de cada arquetipo se aprecian nódulos de color y morfología distintiva para cada uno; la representación del arquetipo del Sí Mismo es aún más distintiva: su color es el complemento de los opuestos azul y fucsia, y su trama es una red de asociaciones.

4- El diseño no se ceñiría al formato rectangular, pues la visión original pretendía representar que los límites en la realidad no corresponden a nuestras definiciones. Por eso hay un segmento del cuadro que muestra el lienzo en blanco, sin pintar. Y cerca a este, un segmento en estilo abstracto y muy empastado en fresco, que pretende representar lo mismo -aunque semeje la atmósfera de Júpiter.

La imagen inicial no incluía el resto de fondos y detalles para el cuadro. Permaneció así, como un recuerdo en espera durante años. Como cada complejo afectivo autónomo tiene asociados recuerdos de vivencias (imágenes, emociones), y sabiendo por Herbert Silberer que en el lenguaje simbólico onírico hasta el paisaje es una representación de aspectos personales del soñante, durante los meses que fui avanzando el cuadro, estuve atento a las imágenes que me evocaban los diversos personajes mientras los pintaba (avanzando al ritmo de un personaje por mes). Y así fueron surgiendo apropiadamente cada una de ellas. Detrás del arcángel implacable y a manera de círculo, un portal del hiperespacio. Leyendo La Figura de Satanás en el Antiguo Testamento, de Riwkah Schärf (1947) aprendí que Yahvé está rodeado de una corte de seres que no son criaturas sino que de alguna manera son parte o derivan de él. Tampoco son propiamente individuos con conciencia y voluntad individual. Les llaman bene-a-elohim. Algunos sirven como brazo ejecutor implacable de Yahvé. A estos les llaman Malak-Yahvé. Satanás es un bene-a-elohím. Pero el único que jamás ha cuestionado con opinión propia y ha manipulado a Yahvé. Así descubrí que mi arcángel implacable era Malak-Yahvé, que mi Satanás era bene-a-elohím. Recordando que los caracteres hebreos sagrados -que pronunciados o escritos invocan su contenido, surgió la idea de colocar delante de cada uno su nombre. Malak-Yahvé de color oro, pero siendo inconsciente de sí mismo, sus caracteres están al revés para él; sólo los puede leer un observador. Bene-a-elohím Satanás de color bronce, siendo consciente de sí mismo, puede leer sus propios caracteres que están de reverso para el observador -como suena invertido su nombre en los rituales satánicos. Emanando de la Diosa Rosa, pétalos delicadísimos ¿qué más podría ser en alguien sobrellevando sus dos despiadados flancos? Detrás de Satanás, tormenta durante la erupción de un volcán, magnificente poder divino interpretado como negativo por sus criaturas. Alrededor suyo, almas atrapadas como fardos funerarios de cuerpos sepultados en pantanos. Y detrás de mi agazapado espectro materno, mi pretendido refugio adolescente, que me consumía por la ausencia de mi media esfera platónica, invocada tantas noches febriles bajo ese cielo de conjuro y el viento. Abajo, y complementando el equilibrio de la dualidad (alrededor del arquetipo del Sí-Mismo/mi complejo de Jung) los mismos acantilados de Miraflores pero en una época mítica primigenia, intrauterina -más allá de la muerte. Un estanque de vida florecido bajo el macho cabrío. El niño en cuclillas sobre un delicado charco marino pletórico de organismos diversos, extraído exactamente de la caleta de San Bartolo a su derecha en la que veraneé durante mi infancia -aquella casa roja de arcos que ya no existe, rocas entre el mar y la tierra de vientre rosa y lomo negro habitadas por algas, moluscos, y crustáceos. El color y la textura de esa chompa siempre que evocó sensaciones de delicadeza y ternura, y así sucedió mientras pintaba sobre la alfombra de tonos celestes, cremas y rosas en mi taller; eran los mismos sentimientos de una infancia sagrada que se hizo patente cuando deposité sobre ella el cadáver de un petirrojo que había permanecido incorrupto durante meses en su lecho inconspicuo de muerte. Aquella sensación no podía dejar de estar en esta zona del cuadro. Y también de mi infancia, aquella imagen de la contratapa de un manual de tejidos que tenía mi madre -que me causaba una desolación que a esa edad no podía entender, y que luego encontraría como una escultura abandonada y rota en una callecita también de San Bartolo. Pero una esfera, es una esfera -un símbolo del Sí Mismo, y tal vez por ello la exuberancia de las medusas en ascenso, desde la profundidad de las aguas hacia la luminosidad del trayecto hacia otra dimensión añorada. Tal vez la misma desde la cual se manifiestan los diversos orbs entre nosotros.

Como elemento original del cuadro de El Bosco (1503) incluí la banderola de la barca, y de los grabados que ilustran el libro Das Narrenschiff (1494) de Sebastián Brant, la capucha medieval con cascabeles en los cuernos.

Durante la ejecución del cuadro surgió el concepto del enorme marco -de marrón casi negro, como un retablo churrigueresco con un balcón en la parte inferior, desde el cual la luz ascendente replicase la iluminación empleada durante la toma de las fotos.

Durante este cuadro -como en los previos de la serie, pintar ha sido un acto de magia, la invocación de estados de ánimo, de personajes, de lugares, y el intento de infundir en el objeto físico llamado cuadro, la esencia de dichas hipóstasis o nóumenos. Aunque delusivamente, la presencia de todas ellas permanece en los cuadros. Para ayudarme en ello, la mayoría de días escuché música particularmente seleccionada para cada segmento del cuadro. El contenido de este cuadro es tan diverso, que a diferencia de los cuadros previos, no podría asociarlo a ningún tema musical en particular.

El cuadro entero –el conjunto de todos los personajes, paisajes, procesos y dinámicas, no constituyen lo que son por separado, sino un verdadero auto-retrato de vida que no se puede diferenciar de una cosmovisión particular de la realidad, de la existencia.

La imagen de este cuadro apareció después de los tres cuadros previos, cuando ya había considerado yo que la serie El Retorno de Ícaro estaba completa y cerrada. Pero ya que no seguiré pintando por un intervalo de tiempo que desconozco, considero pertinente incluirlo (tal vez no sea parte de la secuencia “aérea-a nivel del mar-subacuática” descrita, porque su contenido se trata más bien de un corollarium y cierre). Así como en el cuadro anterior, en esta imagen pude identificar varios símbolos sugestivos de la presencia del arquetipo del Sí Mismo. Me sugería haber llegado a un punto en mi desarrollo personal que consideré bastante satisfactorio. Pero durante los últimos años leyendo con la misma avidez diversos textos académicos sobre psicología, psiquiatría, neurociencias, encontré que el desarrollo continuaba con una vida dedicada al servicio de los demás. Y fue así que las imágenes y la necesidad imperiosa de dejar de lado todo lo demás para representarlas, desapareció como vino. Y en su re-emplazo la consideración y vocación de ayudar a personas necesitadas. Ya había tenido los recursos (“los capitales culturales y sociales”, diría Erika) académicos, técnicos, y laborales cuando me había propuesto ser el mejor cirujano reconstructivo posible. Pero ahora deseaba regresar a trabajar a un hospital para ayudar a la gente más desfavorecida. Y por un fenómeno de sincretismo, Christian me proporcionó un manual de numerología según el cual a fines del año 2017 (yo acabé este cuadro a mediados de diciembre) terminaba mi ciclo, y el 2018 empezaba un nuevo ciclo de otros nueve años. No pude dejar de considerar esto, ya que efectivamente yo venía de haber pasado por un ciclo radical e inexplicable (por el cual dejé mi carrera para dedicarme a pintar, leer, y escribir) que había durado aproximadamente ese intervalo (2010 – 2017). Premonitoriamente, en marzo del 2018 me invitaron para trabajar nuevamente en el servicio de Cirugía Plástica y Reconstructiva del Hospital Nacional Arzobispo Loayza, donde con gran satisfacción pude ayudar a mucha gente y llenar de mucho sentido mi vida y mi entorno. Hasta el 2020 en que sobrevino la pandemia y decidí retirarme definitivamente de la cirugía. Lo primero que debía hacer era terminar de escribir el ambicioso ensayo que surgió de mis interminables lecturas interdisciplinarias: Espiritualidad, Psicopatología, y Espiritualidad. 

II. Concepto de Estilo:

Este sería mi cuadro más ambicioso y total:

Formato más grande. Las medidas finales serían 215 x 200 cm.

1. Continuaría con estilo realista. Así lo exigía la imagen original, aunque esta incluía un segmento de estilo abstracto en el cuadrante inferior derecho -cerca de un área que permanecería en blanco.

2. Iluminación distinta a las previas; desde abajo para conferir monumentalidad y dramatismo.

3. Continuaría el derroche de preciosismo en detalles, empastes, veladuras extensas. Como en el cuadro previo, si bien por el formato sería para verse de lejos, el espectador al acercarse experimentaría algo inusual: no se desvirtuaría la presencia de los elementos al diluirse su realidad por falta de detalles, sino que aparecería ante sus ojos una nueva realidad -aún más rica y compleja, conformada por detalles, transparencias, y empastes exquisitos.

4. Ninguna restricción en el tiempo de ejecución. El primer cuadro –pequeño pero riquísimo en detalles y texturas tomó 7 meses. El segundo –más grande pero sin texturas, tomó 10 meses. El tercer cuadro debido a su mayor tamaño y detalle tomó 24 meses (de marzo del 2013 a mayo del 2015).Este cuadro de características similares también tomó 24 meses (de enero del 2016 a diciembre del 2017).

III. Concepto Técnico-Procedimientos:

  1. Dibujo. Hice un boceto original posicionando a los personajes. Nuevamente fijé la mirada del espectador a la altura de los ojos del niño. A esa altura coloqué el lente de la cámara y coloqué parapetos y escaleras según la altura a la que debía estar cada personaje para la foto. Mikhaíl Saravia estuvo a cargo de la iluminación y fotografía. La fuente de iluminación principal en la ubicación del círculo blanco luminoso; una iluminación secundaria a la izquierda y más alta. Adicionalmente, resaltó el volumen y silueta de cada personaje con una pequeña luz complementaria desde atrás -para cada uno. Me fue tomando fotos y corrigiendo la pose para cada personaje según el boceto original. Tomamos fotos de la gata Luna y hasta del caracol. Con esas fotos de los personajes ya impresas definí mejor el boceto, el cual fotografié y luego imprimí en papel al tamaño del cuadro. Sin embargo ya a punto de calcarlo con papel carbón, decidí proyectar la imagen con un cañón multimedia y trazar rápidamente los contornos. El resto de fotos las fui buscando a demanda en internet y fui incorporando sus elementos durante el proceso de pintado. Empleé más de cien fotos impresas como referencia.

2. Pintura. Lo primero que hice directamente sobre el lienzo, fue empastar Liquin impasto con espátula para los arquetipos y la máscara de la Persona. En este cuadro tampoco tenía una imagen final de referencia (una foto global, una pintura como ensayo previo, un collage de las fotos de los elementos integradas con Photoshop) así que necesitaría un color de fondo integrador, en este caso Tierra de Siena Natural sobre la cual ir ajustando los fondos con capas semi-cubrientes y veladuras. Sólo sería necesario un fondo integrador en la mitad superior del cuadro: los tonos ya previstos para los diversos segmentos (azul para los Pillars, violeta para los acantilados, verde para la caleta) transparentarían muy bien sobre Siena Natural. Ajustaría los tonos finales de los pequeños elementos también con veladuras.

Las fotos de los diferentes personajes ya no procedían de iluminaciones heterogéneas, así que sólo tuve que intentar cambiar la dirección de la iluminación (algo mucho más complicado y de resultado menos convincente) en la bruja y en el niño.

Empecé con lo más demandante y definido: la piel y cabello de los personajes, hasta dejarlos acabados. Una primera capa para definir los bloques, y una segunda para trabajar en fresco sin que se trasluzca el fondo. Las zonas intermedias de piel resultan mejor difuminando en seco. Luego los empastes con óleo en las luces. Como en el cuadro previo, completar los personajes me tomó un año (también a esas alturas y con el cuadro aún vacío, sentí que me había metido en una empresa sin sentido que después de tanto tiempo y esfuerzo invertido, tampoco podía abandonar).

Los empastes del resto de elementos los realicé con una mezcla de ambas presentaciones de Liquin: más gel para los empastes más grandes y rugosos, más líquido para los empastes más pequeños y fluidos. Espátula para aplicar los empastes más grandes, pincel para los más pequeños. Para las hojas del estanque bajo el macho cabrío apliqué una mezcla de los Liquin con una jeringa. Cuando el empaste era pequeño, empleaba Liquin como médium, pero cuando era grande y requería varias capas –unas sobre otras, apenas aplicaba un poco de pintura como referencia, y pintaba sólo la capa final como color base. También utilicé red de pescador embebida en Liquin para el arquetipo de mi complejo Jung.

IV. Materiales:

Robusto bastidor de cedro seco en chaflán, con dos crucetas, espigas y cuñas templadoras, fabricado por el simpático maestro Alberto Marroquí. Lienzo de algodón de trama intermedia ya preparado de la marca holandesa Talens. La imprimación fue con pintura al óleo. El material que empleé para el resto del cuadro también fue básicamente óleo (en su mayoría Winsor & Newton). Al leer estudios recientes que identificaron al óxido de zinc asociado a resquebrajaduras en los empastes, decidí no emplearlo más. Emplearía sólo blanco de Titanio (que actualmente trae incorporado secante) y ya que el blanco de plomo sólo es tóxico si es ingerido, decidí retomar su empleo para ciertos empastes y disfrutar así su textura. En algunas zonas empleé un nuevo blanco semi-cubriente y nacarado de Winsor y Newton fabricado con mica. También empleé óleos tornasolados de tono metálico de marca Pebeo para algunos elementos (arquetipos, indumentaria del complejo Jung, caracteres hebreos). Como medio aglutinante, diluyente y secante, empleé una mezcla en partes iguales de aceite de linaza prensado al frío y purificado, y barniz Dammar (ambos también W&N). En algunas partes reemplacé esta mezcla por sólo aceite de linaza espesado (W&N). También empleé la emulsión alquídica Liquin de Winsor & Newton  en sus dos presentaciones: Impasto espeso en chisguete, y “original” líquido en frasco. A veces los mezclaba para obtener la consistencia apropiada a cada requerimiento. Líquido como médium, en pasta para empastes.

Durante unos tres meses los empastes gruesos estuvieron blandos y las capas de veladuras pegajosas, después de lo cual apliqué a todo una capa de Barniz de Retoque (cetónico) (W&N) con brocha de esponja de borde biselado y rodillo de suaves pelitos sintéticos. 

 

Recurriendo sólo a la imaginación, realicé un primer boceto en el cual definí composición, proporciones, y perspectivas. Empleando ese boceto como referencia, Mikhaíl Saravia tomó las fotos de cada uno de los personajes. Con la referencia de esas fotos, modifiqué el mismo boceto para obtener más realismo.

Etapa intermedia en la cual se aprecian los personajes terminados y la preparación del fondo sobre el cual se pintarían de manera semi-cubriente los paisajes.

Detalles visuales de imágenes y texturas en Das Narrenschiff